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Vieraskieliset / en espanol

Tienen a Moisés y a los profetas

Siionin Lähetyslehti
Vieraskieliset / en espanol
24.11.2015 12.00

Juttua muokattu:

1.1. 23:21
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La gen­te casi siemp­re ha qu­e­ri­do aso­ci­ar la fe con al­go es­pe­ci­al y mi­lag­ro­so. Los Fa­ri­se­os y Sa­du­ce­os ped­ían que Jesús les die­ra una se­ñal del cie­lo (Ma­teo 16:1). Los Co­rin­ti­os most­ra­ron una ap­re­ci­a­ción equi­vo­ca­da al don de hab­lar en len­gu­as (1 Co­rin­ti­os 14). En co­mu­ni­da­des re­li­gi­o­sas mo­der­nas, la gen­te se en­fo­ca en la sa­ni­dad de en­fer­mos y aun a ve­ces in­ten­tan re­su­ci­tar a los mu­er­tos. Pa­re­ce ser que no hay muc­ha gen­te que aun acep­ta La Bib­lia como la única y su­fi­cien­te base de su fe.

La pe­ti­ción del homb­re rico

La pará­bo­la de Jesús sob­re el homb­re rico y Lázaro inc­lu­ye una pe­ti­ción de le­van­tar a los mu­er­tos (Lu­cas 16:19–31). El homb­re rico de la his­to­ria no era crey­en­te, mient­ras que Lázaro si lo era. Los dos mu­rie­ron. Ánge­les car­ga­ron a Lázaro y lo lle­va­ron al seno de Ab­ra­ham. Con es­to, Jesús qui­so dar a en­ten­der que Lázaro hab­ía sido sal­va­do.

El homb­re rico era ator­men­ta­do en el Ha­des por su inc­re­du­li­dad. Mient­ras es­ta­ba en el Ha­des, hizo dos pe­ti­ci­o­nes a Ab­ra­ham. La pri­me­ra era para el mis­mo. Le pi­dió a Ab­ra­ham que man­da­ra a Lázaro a que mo­ja­ra la pun­ta de su len­gua. Ab­ra­ham no pudo ac­ce­der a es­ta pe­ti­ción, por­que la sal­va­ción está se­pa­ra­da de la per­di­ción por un gran abis­mo que no pu­e­de ser cru­za­do en nin­gu­na di­rec­ción.

La se­gun­da pe­ti­ción del homb­re rico fue para sus her­ma­nos que aún es­ta­ban vi­vos. Él sab­ía que sus her­ma­nos tam­bién ter­mi­nar­ían igu­al que el en per­di­ción si no se ar­re­pent­ían y cre­ían. En­ton­ces, el pi­dió a Ab­ra­ham que en­vi­a­ra a Lázaro de reg­re­so a la tier­ra y hab­la­ra con sus her­ma­nos sob­re la im­por­tan­cia del ar­re­pen­ti­mien­to. El homb­re rico pensó que la re­sur­rec­ción de Lázaro ser­ía un gran mi­lag­ro y que sus her­ma­nos es­tar­ían lis­tos para ar­re­pen­tir­se al ver­lo.

Pero Ab­ra­ham tam­bién le negó es­ta pe­ti­ción. No era po­sib­le el des­vi­ar el or­den de la sal­va­ción es­tab­le­ci­da por Dios. Ab­ra­ham le dijo “A Moisés y a los Pro­fe­tas tie­nen; – – Si no oy­en a Moisés y a los pro­fe­tas, tam­po­co se per­su­a­dirán aun­que al­gu­no se le­van­ta­re de los mu­er­tos” (Lu­cas 16:29, 31).

La fe vie­ne de es­cuc­har la pa­lab­ra de Dios

La exp­re­sión “Moisés y los Pro­fe­tas” se re­fie­re a la ley y al evan­ge­lio, los dos as­pec­tos de la pa­lab­ra de Dios. El pu­eb­lo de Is­ra­el fue dado la ley, por me­dio de Moisés en el mon­te de Si­naí. La pa­lab­ra “ley”, o Torá, tam­bién se re­fie­re a los cin­co lib­ros de Moisés. Los pro­fe­tas eran pre­di­ca­do­res de la pa­lab­ra de Dios, qui­e­nes proc­la­ma­ban la vo­lun­tad de Dios y el evan­ge­lio de Jesús, el Mes­ías que hab­ía de ve­nir.

En los asun­tos de sal­va­ción y fe, la gen­te no ne­ce­si­ta pe­dir mi­lag­ros o se­ña­les es­pe­ci­a­les – ya sea des­de el más al­lá o de es­te mun­do. Dios ya nos ha dado su Sag­ra­da Esc­ri­tu­ra, que es su­fi­cien­te base para nu­est­ra fe. No­sot­ros solo de­be­mos de es­cuc­har la pa­lab­ra de Dios, por­que la fe es por el oír, y el oír, por la pa­lab­ra de Dios (Ro­ma­nos 10:17).

Las ta­re­as de la ley y el Evan­ge­lio

La ta­rea de los diez man­da­mien­tos da­dos a Moisés es de dar con­cien­cia a las per­so­nas de sus pe­ca­dos (Ro­ma­nos 3:20), para most­rar que to­dos so­mos cul­pab­les y pe­ca­do­res de­lan­te de Dios, y para ha­cer­nos bus­car la mi­se­ri­cor­dia y el perdón de Cris­to. Jesús y el perdón pu­e­den ser en­cont­ra­dos en el Evan­ge­lio del Rei­no de Dios. La esen­cia del Evan­ge­lio es el perdón de to­dos los pe­ca­dos.

El sermón de la ley re­ve­la los pe­ca­dos de la per­so­na, pero el sermón del evan­ge­lio apun­ta ha­cia Cris­to Jesús que fue ex­pi­a­do por nu­est­ros pe­ca­dos. La ley con­de­na a la per­so­na a la per­di­ción. Pero la per­so­na con­de­na­da es per­do­na­da por creer el Evan­ge­lio. La ley lleva al pe­ni­ten­te a la pu­er­ta del Rei­no de Dios; El evan­ge­lio le ay­u­da a ent­rar al Rei­no por la pu­er­ta del ar­re­pen­ti­mien­to.

La pa­lab­ra de Dios proc­la­ma­da por un crey­en­te, con­tie­ne el po­der de re­na­ci­mien­to: a través de la fe en la pa­lab­ra de Dios, el pe­ca­dor nace de nu­e­vo como un hijo de Dios. (1 Ped­ro 1:23). Un hijo de Dios es pro­te­gi­do en el cui­da­do de su pad­re y mad­re: Dios es el pad­re en el cie­lo y la cong­re­ga­ción es la mad­re en la tier­ra.

Tex­to: Ari Pel­ko­nen

Tra­duc­ción: MM

Re­cur­sos: Sii­o­nin Lä­he­tys­leh­ti 7–8/2008

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