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Vieraskieliset / en espanol

El Significado de la Palabra de Dios Leída y Predicada

Siionin Lähetyslehti
Vieraskieliset / en espanol
24.11.2015 12.00

Juttua muokattu:

1.1. 23:21
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El pri­mer Pen­te­costés cris­ti­a­no marcó un pun­to de inf­le­xión en la his­to­ria de la sal­va­ción. Jesús ab­rió las men­tes de los discí­pu­los para en­ten­der las Esc­ri­tu­ras. Las pro­fec­ías de las Esc­ri­tu­ras – la Ley de Moisés, los lib­ros de los pro­fe­tas, y los Sal­mos – y la pro­me­sa dada por Jesús a sus discí­pu­los fu­e­ron cump­li­das en el der­ra­ma­mien­to del Espí­ri­tu San­to. A los discí­pu­los se les dio una ta­rea: “que se pre­di­ca­se en su nomb­re el ar­re­pen­ti­mien­to y el perdón de pe­ca­dos en to­das las na­ci­o­nes, co­men­zan­do des­de Je­ru­salén.” (Luc. 24:47)

El sermón sob­re Cris­to – el evan­ge­lio sob­re el Je­suc­ris­to re­su­ci­ta­do – em­pezó a to­mar un efec­to po­de­ro­so. El sermón de Pen­te­costés de Ped­ro, que fue ba­sa­do en las pro­fec­ías de los pro­fe­tas, fu­er­te­men­te tocó a los co­ra­zo­nes de los oy­en­tes de la Pa­lab­ra. El Espí­ri­tu de Dios causó que los in­vi­ta­dos al ser­vi­cio les pre­gun­ta­ran a los após­to­les: “Va­ro­nes her­ma­nos, ¿qué ha­re­mos?” (Hech. 2:37) Tres mil oy­en­tes re­ci­bie­ron las pa­lab­ras de Ped­ro con muc­ho gus­to y crey­e­ron per­so­nal­men­te en el evan­ge­lio. El sac­ra­men­to del bau­ti­zo re­a­firmó el con­ten­to del sermón de Ped­ro y se les juntó al cui­do con­ti­nuo de la cong­re­ga­ción. La pri­me­ra cong­re­ga­ción de la Nu­e­va Ali­an­za fue na­ci­da en Je­ru­salén (Hech. 2:14–41).

Martín Lu­te­ro ha dic­ho: “La pa­lab­ra de Dios no pu­e­de exis­tir sin la gen­te de Dios.” Dios con­ti­nu­a­men­te in­te­ract­úa con sus pro­pi­os a través de Su Pa­lab­ra. Las Esc­ri­tu­ras – la pa­lab­ra esc­ri­ta de Dios – son una fruta de es­ta in­te­rac­ción. El Dios es­con­di­do ha hab­la­do a Sus sir­vien­tes a través de Su Espí­ri­tu: “por­que nun­ca la pro­fec­ía fue traí­da por vo­lun­tad hu­ma­na, sino que los san­tos homb­res de Dios hab­la­ron sien­do ins­pi­ra­dos por el Espí­ri­tu San­to.” (2 Ped. 1:21)

La Pa­lab­ra de Dios es un Te­so­ro Im­pe­re­ce­de­ro

En el prin­ci­pio del tiem­po Dios creó todo con Su pa­lab­ra. Algún día, Él tam­bién va a ter­mi­nar es­te tiem­po ter­re­nal con Su pa­lab­ra. Así que nu­est­ro mun­do es lle­va­do cons­tan­te­men­te por Su pa­lab­ra. Por eso po­de­mos desc­ri­bir la pa­lab­ra de Dios como im­pe­re­ce­de­ra. Es­to tam­bién fue con­fir­ma­do por Je­suc­ris­to en Sus en­se­ñan­zas: “El cie­lo y la tier­ra pa­sarán, pero mis pa­lab­ras no pa­sarán.” (Mat. 24:35)

Para no­sot­ros la pa­lab­ra de Dios es un te­so­ro im­pe­re­ce­de­ro por­que Dios se nos ha re­ve­la­do a Sí mis­mo en el­la. No­sot­ros no te­ne­mos un Dios sor­do o mudo. Él qui­en está es­con­di­do de nu­est­ros ojos es un Dios que hab­la. El esc­ri­tor de la epís­to­la a los Heb­re­os desc­ri­be el dis­cur­so del Dios Trino: “Dios, ha­bien­do hab­la­do muc­has ve­ces y de muc­has ma­ne­ras en ot­ro tiem­po a los pad­res por los pro­fe­tas, en es­tos post­re­ros días nos ha hab­la­do por el Hijo, a qui­en cons­ti­tu­yó he­re­de­ro de todo, y por qui­en asi­mis­mo hizo el uni­ver­so.” (Heb. 1:1–2)

El Ped­ro del Nu­e­vo Tes­ta­men­to com­pa­ra la pa­lab­ra de pro­fec­ía a una an­torc­ha que alumb­ra un lu­gar os­cu­ro, que ar­ro­ja luz al ca­mi­no y mu­est­ra la di­rec­ción (2 Ped. 1:19). La luz de la pa­lab­ra de Dios ilu­mi­na el ca­mi­no mu­tuo de la gen­te de Dios, la fe y la vida de la cong­re­ga­ción, y el pro­pio es­fu­er­zo de la fe de cada hijo de Dios. El esc­ri­tor de los Sal­mos ad­mi­ra es­ta luz, ha­bien­do ex­pe­ri­men­ta­do es­to él mis­mo: “Lámpara es a mis pies tu pa­lab­ra, Y lumb­re­ra a mi ca­mi­no.” (Sal. 119:105) Así mis­mo él ad­mi­ra la por­ción ben­di­ta de una per­so­na jus­ti­fi­ca­da, por­que “en la ley de Je­hová está su de­li­cia, Y en su ley me­di­ta de día y de noc­he.” (Sal. 1:2)

Cris­to es el Se­ñor y Rey de las Esc­ri­tu­ras

El hilo prin­ci­pal en las Esc­ri­tu­ras del An­ti­guo Tes­ta­men­to es la pro­me­sa del Mes­ías, el Cris­to. El Nu­e­vo Tes­ta­men­to hab­la de la re­a­li­za­ción de las pro­me­sas de Dios en Je­suc­ris­to. La pre­di­ca­ción de los cris­ti­a­nos an­ti­guos tam­bién se­gu­ía es­te for­ma­to. Se ve cla­ra­men­te en los ser­mo­nes y par­tes de ser­mo­nes dado por los após­to­les que han sido re­gist­ra­dos en el Nu­e­vo Tes­ta­men­to. El mis­mo se hab­ía hec­ho re­a­li­dad en la pro­pia proc­la­ma­ción del Se­ñor, em­pe­zan­do des­de los pri­me­ros mo­men­tos de Su mi­nis­te­rio público.

Las Esc­ri­tu­ras fu­e­ron esc­ri­tas para ser un ma­nu­al para la fe y la vida. Juan, el esc­ri­tor del cu­ar­to evan­ge­lio, da su mo­ti­vo para esc­ri­bir al fin de su lib­ro evangé­li­co: “Pero éstas se han esc­ri­to para que cre­áis que Jesús es el Cris­to, el Hijo de Dios, y para que crey­en­do, teng­áis vida en su nomb­re.” (Juan 20:31)

En su epís­to­la el após­tol Pab­lo re­cu­er­da a los cris­ti­a­nos Co­rin­ti­os de cómo el evan­ge­lio que él pre­di­ca­ba acercó a aqu­el­los en Co­rin­to qui­e­nes lo re­ci­bie­ron y crey­e­ron: “Así que, her­ma­nos, cu­an­do fui a vo­sot­ros para anun­ci­a­ros el tes­ti­mo­nio de Dios, no fui con ex­ce­len­cia de pa­lab­ras o de sa­bi­dur­ía. Pues me pro­pu­se no sa­ber ent­re vo­sot­ros cosa al­gu­na sino a Je­suc­ris­to, y a éste cru­ci­fi­ca­do.” (1 Cor. 2:1–2)

Es im­por­tan­te re­cor­dar, en re­la­ción con la proc­la­ma­ción de los após­to­les y la cong­re­ga­ción an­ti­gua, lo que se re­ve­la en la rep­re­sen­ta­ción de San Lu­cas del fin del tra­ba­jo de Pab­lo en los Hec­hos de los Após­to­les: “pre­di­can­do el rei­no de Dios y en­se­ñan­do acer­ca del Se­ñor Je­suc­ris­to, abier­ta­men­te y sin im­pe­di­men­to.” (Hech. 28:31)

El Evan­ge­lio Da a Luz a la Fe

La en­se­ñan­za básica con­te­ni­da en el décimo ca­pi­tu­lo de la epís­to­la cita muc­ho en los ser­mo­nes de nu­est­ra Cris­ti­an­dad: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la pa­lab­ra de Dios.” (Rom. 10:17) Según la tra­duc­ción de Martín Lu­te­ro, “la fe llega por la pa­lab­ra pre­di­ca­da.”

La pre­di­ca­ci­on de la pa­lab­ra – la proc­la­ma­ción del evan­ge­lio – tie­ne un sig­ni­fi­ca­do único como una her­ra­mien­ta del Espí­ri­tu San­to. El evan­ge­lio proc­la­ma­do del rei­no de Dios da a luz a la fe don­de sea que el Espí­ri­tu de Dios ha pre­pa­ra­do el co­razón de una per­so­na re­ci­bir­lo por la fe.

Pre­di­car no es un asun­to per­so­nal; es un asun­to de Dios y Su cong­re­ga­ción. Un pre­di­ca­dor es un com­pa­ñe­ro de Dios y un em­ba­ja­dor de Cris­to. La cong­re­ga­ción de Dios llama y env­ía a la gen­te re­a­li­zar es­ta ta­rea. Cu­an­do el Espí­ri­tu de Dios a través de la cong­re­ga­ción llama para re­a­li­zar la ta­rea de un sir­vien­te de la pa­lab­ra de la cong­re­ga­ción de Dios, es bu­e­no ser obe­dien­te a esa lla­ma­da. Que el “re­cu­en­to” del Após­tol Pab­lo de su proc­la­ma­ción del evan­ge­lio nos inst­ru­ye: “Pues si anun­cio el evan­ge­lio, no ten­go por qué glo­ri­ar­me; por­que me es im­pu­es­ta ne­ce­si­dad; y ¡ay de mí si no anun­ci­a­re el evan­ge­lio!” (1 Cor. 9:16)

En sus epís­to­las, el Após­tol Pab­lo hab­la del ofi­cio del Nu­e­vo Tes­ta­men­to y el ofi­cio de la re­den­ción. Como miemb­ros del sa­cer­do­cio real, to­dos los hi­jos de Dios son par­ti­ci­pan­tes de es­te ofi­cio. Cada crey­en­te es un sa­cer­do­te en la base de su fe. Es la lla­ma­da de cada crey­en­te a proc­la­mar “las vir­tu­des de aqu­el que os llamó de las ti­nieb­las a su luz ad­mi­rab­le” (1 Ped. 2:9).

En el co­razón y la boca de cada crey­en­te es el sermón de la fe por el cual un esc­la­vo de pe­ca­do pu­e­de ser li­be­ra­do ha­cia la li­ber­tad de los hi­jos de Dios. Cada crey­en­te ha sido pu­es­to a ad­mi­nist­rar es­te ofi­cio. El sig­ni­fi­ca­do más pro­fun­do de la pa­lab­ra proc­la­ma­da por el Espí­ri­tu San­to – el evan­ge­lio del rei­no de Dios – es que da a luz a la fe en el co­razón de una per­so­na y que jun­ta el crey­en­te a la fa­mi­lia de Dios, ha­cia el cui­da­do de la mad­re de la cong­re­ga­ción.

En la Es­cu­e­la de la Pa­lab­ra

An­te el es­pe­jo de la pa­lab­ra – am­bos esc­ri­ta y pre­di­ca­da – una per­so­na pu­e­de em­pe­zar a sen­tir su cul­pa an­te Dios. Dándose cu­en­ta de es­to no li­be­ra a la per­so­na de la car­ga­da de cul­pa. Es­to re­qui­e­re el po­der de las lla­ves que usa el Espí­ri­tu San­to a través de los hi­jos de Dios. Jesús dio es­te dec­re­to cu­an­do dijo a sus discí­pu­los: “Re­ci­bid el Espí­ri­tu San­to. A qui­e­nes re­mi­tie­reis los pe­ca­dos, les son re­mi­ti­dos; y a qui­e­nes se los re­tu­vie­reis, les son re­te­ni­dos. (Juan 20:22–23)

Según la exp­li­ca­ción de Martín Lu­te­ro acer­ca del ter­cer artí­cu­lo del Credo en el Ca­te­cis­mo Me­nor, un Cris­ti­a­no cons­tan­te­men­te ne­ce­si­ta la ob­ra del Espí­ri­tu San­to para pre­ser­var la fe: el Espí­ri­tu San­to san­ti­fi­ca y pre­ser­va am­bos Cris­ti­a­nos in­di­vi­du­a­les y la cong­re­ga­ción en­te­ra de Dios en la fe ver­da­de­ra. Para cui­dar a nu­est­ra fe – la cosa más im­por­tan­te en nu­est­ra vida – ne­ce­si­ta­mos la her­man­dad de la cong­re­ga­ción de Dios. San Lu­cas ha de­ja­do una ima­gen con­mo­ve­do­ra de la cong­re­ga­ción an­ti­gua en Je­ru­salén en los Hec­hos de los Após­to­les, que es la pri­me­ra his­to­ria de la ig­le­sia: “Y per­se­ve­ra­ban en la doct­ri­na de los após­to­les, en la co­mu­nión unos con ot­ros, en el par­ti­mien­to del pan y en las ora­ci­o­nes.” (Hech. 2:42)

La ima­gen ide­al es­ta­ba en pe­lig­ro ya en la época de la Nu­e­va Ali­an­za. Por eso el após­tol nos re­cor­da­ba “no de­jan­do de cong­re­gar­nos, como al­gu­nos tie­nen por cos­tumb­re, sino ex­hortán­do­nos; y tan­to más, cu­an­to veis que aqu­el día se acer­ca.” (Heb. 10:25)

La con­cent­ra­ción de la ex­hor­ta­ción de los após­to­les es en alen­tar­se uno a ot­ro. Sa­be­mos por ex­pe­rien­cia como nu­est­ra al­ma es re­a­ni­ma­da cu­an­do es­cuc­ha­mos a la pa­lab­ra de Dios. La co­mi­da del evan­ge­lio ali­men­ta a nu­est­ra al­ma pob­re.

Tex­to: Timo Rii­hi­mä­ki

Tra­duc­ción: JN

Re­cur­sos: Kes­tää­kö per­he?, Ajan­koh­tais­ta 2009

Jul­kais­tu es­pan­jan­kie­li­ses­sä kie­li­liit­tees­sä 24.11.2015.

2.5.2024

Jeesus sanoo: ”Minä annan teille uuden käskyn: rakastakaa toisianne! Niin kuin minä olen rakastanut teitä, rakastakaa tekin toinen toistanne.” Joh. 13:34

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