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Vieraskieliset / en espanol

¡Convertíos, pues, y viviréis!

Siionin Lähetyslehti
Vieraskieliset / en espanol
10.5.2017 9.25

Juttua muokattu:

1.1. 11:14
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El pe­ca­do es una cosa mala. Rom­pe el amor. Se­pa­ra el ser hu­ma­no de Dios y del prójimo. Eze­qui­el esc­ri­be: “Apartán­do­se el jus­to de la jus­ti­cia y co­me­tien­do ini­qui­dad, él mo­rirá por el­lo; por la ini­qui­dad que hizo, mo­rirá” (Ez. 18.26).

A pe­sar de que el pro­fe­ta esc­ri­be así, Dios no qui­e­re ven­gar al pe­ca­dor. Dios qui­e­re que el per­di­do vu­el­va a la co­mu­nión con Él. Tie­ne el plan de la sal­va­ción. El Se­ñor ay­u­da.

¿No es rec­to el ca­mi­no del Se­ñor?

El pro­fe­ta Eze­qui­el hab­ía vis­to la in­fi­de­li­dad del pu­eb­lo de Is­ra­el. Desc­ri­be los pe­ca­dos de los is­ra­e­li­tas en el capí­tu­lo 18 de su lib­ro. Los is­ra­e­li­tas hab­ían mezc­la­do ri­tos re­li­gi­o­sos de las na­ci­o­nes cer­ca­nas al cul­to cor­rec­to. Por con­se­cu­en­cia em­pe­za­ron a ado­rar ído­los y una par­te de las of­ren­das sin­ce­ras aca­ba­ron en los ma­nos de mal­hec­ho­res. Eze­qui­el esc­ri­be tam­bién que los usu­re­ros ava­ri­ci­o­sos op­rim­ían a los deu­do­res y que la in­fi­de­li­dad en los mat­ri­mo­ni­os cau­sa­ba an­gus­tia.

Eze­qui­el dice: “¿Qué pens­áis vo­sot­ros, los que en la tier­ra de Is­ra­el us­áis es­te refrán, que dice: ‘Los pad­res co­mie­ron las uvas ag­ri­as, y a los hi­jos les dio den­te­ra’?” (Ez 18.2). Es­ta frase desc­ri­be el efec­to de la mal­dad que va de ge­ne­ra­ción en ge­ne­ra­ción.

Dios se enojó con su pu­eb­lo. Eze­qui­el anun­cia que Dios cas­ti­gará a su pu­eb­lo y lo pondrá bajo jui­cio: “He aquí que to­das las al­mas son mías: como el al­ma del pad­re, así el al­ma del hijo es mía. El al­ma que pe­que, ésa mo­rirá”. (Ez 18.4) ¿Co­me­te Dios in­jus­ti­cia cu­an­do amo­nes­ta del jui­cio ve­ni­de­ro?

¿Pe­ca­do del in­di­vi­duo o de la co­lec­ti­vi­dad?

An­ti­guo Tes­ta­men­to re­fie­re a me­nu­do a Is­ra­el, al pu­eb­lo de Dios, como a una per­so­na de qui­en Dios exi­ge fi­de­li­dad comp­le­ta. Dios exig­ía que todo el pu­eb­lo fu­e­se fiel y por eso el pe­ca­do de un in­di­vi­duo hizo cul­pab­le a todo el pu­eb­lo. Si el pu­eb­lo de Dios per­mit­ía que ent­re el­los hu­bie­se transg­re­so­res, fue partí­ci­pe de las transg­re­si­o­nes de esos in­di­vi­duos. Eze­qui­el amo­nes­ta no aban­do­nar la vo­lun­tad de Dios. Las con­se­cu­en­ci­as son pe­lig­ro­sas.

La di­fi­cul­tad de re­co­no­cer er­ro­res pro­pi­os

Es difí­cil re­co­no­cer los er­ro­res pro­pi­os o de la co­lec­ti­vi­dad. Muc­has ve­ces po­de­mos pen­sar que no hay nin­gu­na fal­ta en mí o en no­sot­ros.

Re­cu­er­do a una fa­mi­lia que viv­ía en arc­hi­pié­la­go. Una vez en­cont­ra­ron en la playa un ob­je­to va­li­o­so que fue lle­va­do a la oril­la por el mar. Según la ley, ten­ían que anun­ci­ar el hal­laz­go a las au­to­ri­da­des y pa­gar adu­a­na. La fa­mi­lia ten­ía una con­ver­sa­ción amp­lia sob­re el asun­to. Al fin los miemb­ros de fa­mi­lia tu­vie­ron el acu­er­do y de­ci­die­ron ha­cer lo que re­qui­e­re la ley.

De­ci­die­ron ha­cer lo cor­rec­to, pero, lu­e­go tu­vie­ron ot­ro prob­le­ma. La fa­mi­lia qu­er­ía pa­gar la adu­a­na de una for­ma lo más público po­sib­le. Qu­er­ían most­rar que son bu­e­na gen­te. Una fa­mi­lia pob­re ven­ció la ten­ta­ción de ro­bar pero al mis­mo tiem­po ca­ye­ron en el pe­ca­do de la so­ber­bia es­pi­ri­tu­al.

Cada uno de no­sot­ros ha ex­pe­ri­men­ta­do que los se­res hu­ma­nos com­pi­ten ent­re el­los, son ava­ri­ci­o­sos, en­vi­di­o­sos y so­ber­bi­os.

La­men­tab­le­men­te es tam­bién muy común most­rar nu­est­ra de­vo­ción pero lo de re­co­no­cer los er­ro­res pro­pi­os es muy difí­cil, has­ta im­po­sib­le. Cu­an­do dis­pu­ta­mos ve­mos muc­has ve­ces so­la­men­te las fal­tas de ot­ra per­so­na.

El tex­to del lib­ro de Eze­qui­el nos hace mi­rar a nu­est­ra vida ref­le­ja­do por el es­pe­jo de la pa­lab­ra de Dios. La con­cien­cia que está uni­da a la pa­lab­ra de Dios re­ve­la las co­sas que uno mis­mo no re­co­no­ce o que qu­er­r­ía ocul­tar o ig­no­rar.

Os daré un co­razón nu­e­vo

Dios pu­e­de dar el de­seo de vol­ver. Él da el po­der para ar­re­pen­ti­mien­to. Según el jui­cio hu­ma­no es cor­rec­to dar un cas­ti­go a una per­so­na que ha co­me­ti­do un pe­ca­do grave, pero, Dios no qui­e­re mu­er­te o cas­ti­go a na­die. El Se­ñor tie­ne el plan de la sal­va­ción: “¡Con­vert­íos, vol­ved!” En el ar­re­pen­ti­mien­to uno pu­e­de ec­har de sí mis­mo lo de ne­gar a Dios, la vida pa­sa­da y to­dos los pe­ca­dos. El perdón de los pe­ca­dos, en el nomb­re y sang­re de Jesús, da nu­e­va vida. Da al co­razón un espí­ri­tu nu­e­vo.

El ser hu­ma­no no pu­e­de dar a sí mis­mo espí­ri­tu nu­e­vo y co­razón nu­e­vo. Dios pu­e­de lim­pi­ar: ”Os daré un co­razón nu­e­vo y pondré un espí­ri­tu nu­e­vo dent­ro de vo­sot­ros. Qui­taré de vo­sot­ros el co­razón de pied­ra y os daré un co­razón de car­ne.” (Ez 36.26)

El Dios de Eze­qui­el tie­ne las ca­rac­terís­ti­cas del pad­re del hijo pródigo: tie­ne mi­se­ri­cor­dia. El evan­ge­lio del rei­no de Dios ay­u­da a una per­so­na a ar­re­pen­tir­se y a con­ver­tir­se. El evan­ge­lio le da el espí­ri­tu del hijo.

Tex­to: Juho Kop­pe­roi­nen

Pub­li­ca­ción: Sii­o­nin Lä­he­tys­leh­ti 1/2016

Tra­duc­ción: A. V.

Jul­kais­tu es­pan­jan­kie­li­ses­sä nu­me­ros­sa 10.5.2017