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Vieraskieliset / en espanol

El reino de dios y el poder del evangelio

Siionin Lähetyslehti
Vieraskieliset / en espanol
24.5.2016 13.00

Juttua muokattu:

1.1. 23:32
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Jesús ex­hor­ta que bus­qu­e­mos pri­me­ra­men­te el rei­no de Dios y su jus­ti­cia (Ma­teo 6.33). Ore­mos jun­tos ”ven­ga tu rei­no” y cree­mos ”tuyo es el rei­no, el po­der, y la glo­ria, por to­dos los sig­los” (Ma­teo 6.10, 13).

El rei­no de Dios ”no es co­mi­da ni be­bi­da, sino jus­ti­cia, paz y gozo en el Espí­ri­tu San­to (Ro­ma­nos 14.17). Muc­hos pien­san que el rei­no de Dios es el cie­lo, don­de Dios vive y a don­de los crey­en­tes podrán ent­rar una vez. Pero, según la Bib­lia, es po­sib­le hal­lar y ex­pe­ri­men­tar el rei­no de Dios ya en es­te tiem­po.

No se pu­e­de ver el rei­no de Dios en un mapa del mun­do, está al­lá don­de hay crey­en­tes. Creen que exis­te una san­ta cong­re­ga­ción cris­ti­a­na. Los crey­en­tes anun­ci­an: ”el rei­no de los cie­los se ha acer­ca­do” (Ma­teo 10.7). Martín Lu­te­ro esc­ri­bió que el rei­no de Dios es ‘un grupo de crey­en­tes cris­ti­a­nos’. For­man una cong­re­ga­ción luc­ha­do­ra sob­re la tier­ra. Miemb­ros del grupo qui­e­ren al­can­zar la cong­re­ga­ción re­go­ci­ja­do­ra, es de­cir, el rei­no de glo­ria en el cie­lo.

¿Cómo es el rei­no de Dios?

Dios ha de­li­ne­a­do las fron­te­ras de su rei­no, así que, no­sot­ros, se­res hu­ma­nos, no po­de­mos al­te­rar­las. Tam­po­co qu­e­re­mos tras­pa­sar los lími­tes, por­que fu­e­ra del rei­no de Dios, es­ta­mos de­ba­jo de la po­tes­tad de las ti­nieb­las y sin Dios. La pará­bo­la del re­dil (Juan 10) sub­ra­ya que se pu­e­de ent­rar en el rei­no de Dios so­la­men­te por la pu­er­ta. Los que tra­tan de ent­rar por ot­ra par­te son ”lad­ro­nes y sal­te­a­do­res”. Jesús dice sob­re como ent­rar: ”Yo soy la pu­er­ta: el que por mí ent­re, será sal­vo” (Juan 10.9). En ot­ro tex­to Jesús ex­hor­ta que ent­re­mos por la pu­er­ta an­gos­ta, a través de la cual, muc­hos qu­er­r­ían ent­rar pero tie­nen im­pe­di­men­tos y no pu­e­den (Lu­cas 13.24).

Se pu­e­de sen­tir­se pro­te­gi­do cu­an­do uno vive en la casa de Dios. Es así, ya que, Jesús pro­me­tió a los su­yos que tendr­ían una vida en abun­dan­cia (Juan 10.10). El cu­en­to del buen sa­ma­ri­ta­no ter­mi­na con la mis­ma pro­me­sa: ”todo lo que gas­tes de más yo te lo pa­garé cu­an­do reg­re­se” (Lu­cas 10.35).

La in­vi­ta­ción de con­ver­tir­se en hijo de Dios

Dios creó a cada uno de no­sot­ros para te­ner la co­mu­nión con Él. Na­ci­mos en la hu­ma­ni­dad, la cual Jesús hab­ía re­di­mi­do. Ya es­ta­ba­mos en el grupo de Dios cu­an­do vi­ni­mos al mun­do. Muc­hos de no­sot­ros per­die­ron la fe de in­fan­cia y qu­e­da­ron apar­ta­dos de Dios y de su rei­no. Sin em­bar­go, Dios nos amó, nos des­pertó y nos llamó al ar­re­pen­ti­mien­to. Los crey­en­tes of­re­cie­ron el evan­ge­lio y pre­di­can el per­don de los pe­ca­dos. Es­to fue hec­ho según el man­da­mien­to de Jesús y en po­der de su Espí­ri­tu.

Así fui­mos tras­la­da­dos del rei­no de las ti­nieb­las al rei­no de Dios. Nos jun­ta­mos con el­los, que hab­ían per­ma­ne­ci­do en la fe des­de la in­fan­cia o que se hab­ían ar­re­pen­ti­do an­tes de no­sot­ros. Tam­bién no­sot­ros em­pe­za­mos a luc­har cont­ra el pe­ca­do, ya que, el de­jar el pe­ca­do es una fruta del ar­re­pen­ti­mien­to. El perdón de los pe­ca­dos trae la paz en la con­cien­cia y da la fu­er­za de aban­do­nar el pe­ca­do.

Se pu­e­de lle­gar a ser uno de los que son de Dios so­la­men­te a través del ar­re­pen­ti­mien­to. Las car­gas del pe­ca­do son qui­ta­das, y uno nace en el rei­no, como un hijo de Dios. En el ar­re­pen­ti­mien­to Dios nos ent­re­ga su Espí­ri­tu San­to. To­dos los que son gui­a­dos por el Espí­ri­tu San­to, son hi­jos de Dios (Ro­ma­nos 8.14). ”Y si al­gu­no no tie­ne el Espí­ri­tu de Cris­to, no es de él (Ro­ma­nos 8.9)”.

Los crey­en­tes son tan pe­ca­mi­no­sos como to­dos los demás, pero Dios les llamó y tuve mi­se­ri­cor­dia de el­los. For­man un temp­lo san­to, una mo­ra­da de Dios en el Espí­ri­tu. El amor, dado por Dios, jun­ta a los crey­en­tes, y es­te edi­fi­cio va a per­ma­ne­cer. (Efe­si­os 2.20–22.)

No te­ne­mos su­fi­cien­te fu­er­za para man­te­ner­nos como crey­en­tes. Ne­ce­si­ta­mos la ob­ra y po­der del Pad­re Ce­les­ti­al. Solo por la fe y por la fu­er­za de Dios po­de­mos lle­gar a la sal­va­ción (1 Ped­ro 1.5). Pre­ci­sa­men­te por eso Dios nos dio el evan­ge­lio.

El Evan­ge­lio es po­der de Dios

El evan­ge­lio es la bu­e­na nu­e­va sob­re Je­suc­ris­to y sob­re la sal­va­ción que Él pre­paró. Se pre­di­ca el evan­ge­lio, cu­an­do se exp­li­can las ob­ras y en­se­ñan­zas de Jesús. Jesús ven­ció las po­tes­ta­des del pe­ca­do, de la mu­er­te y de las ti­nieb­las. Lo esen­ci­al del evan­ge­lio es el perdón de los pe­ca­dos. El evan­ge­lio es la pa­lab­ra de Dios, la cual act­úa en los crey­en­tes (1 Te­sa­lo­ni­cen­ses 2.13). El Espí­ri­tu San­to hace viva la pa­lab­ra. Cu­an­do Jesús habló sob­re la au­to­ri­dad de re­mi­tir y re­te­ner los pe­ca­dos, el dijo: ”To­mad el Espí­ri­tu San­to” (Juan 20.22). Por eso to­dos los crey­en­tes, y so­la­men­te los crey­en­tes, tie­nen el do­mi­nio de per­do­nar los pe­ca­dos. El Espí­ri­tu San­to nos or­denó sa­cer­do­tes.

Cada cris­ti­a­no es un tra­ba­ja­dor en el rei­no de Dios y tie­ne el de­rec­ho y la ta­rea de pre­di­car el evan­ge­lio a los demás. El amor de Cris­to per­su­a­de a que tra­ba­je­mos: acon­se­je­mos a los ot­ros, por­que sa­be­mos, que hay que te­mer al Se­ñor (2 Co­rin­ti­os 5.11, 14). Tam­bién no­sot­ros so­mos en­vi­a­dos al mun­do, de la mis­ma ma­ne­ra que el Pad­re en­vió a Jesús (Juan 20.21).

El evan­ge­lio tie­ne muc­ho po­der: cier­ra el in­fier­no y ab­re el cie­lo. Pab­lo esc­ri­bió a los te­sa­lo­ni­cen­ses: ”Pues nu­est­ro evan­ge­lio no llegó a vo­sot­ros en pa­lab­ras so­la­men­te, sino tam­bién en po­der, en el Espí­ri­tu San­to y en plena cer­ti­dumb­re.” (1 Te­sa­lo­ni­cen­ses 1.5) Aho­ra es nu­est­ro tur­no de aleg­rar­nos por el po­der del evan­ge­lio, de la mis­ma ma­ne­ra que, go­za­ron los jud­íos y grie­gos en su tiem­po (Ro­ma­nos 1.16).

Tex­to: Mau­ri Hy­vä­ri­nen

Pub­li­ca­ción: Vuo­si­kir­ja 2003, Ju­ma­lan pel­ko suo tur­van

Tra­duc­ción: AV

Jul­kais­tu es­pan­jan­kie­li­ses­sä nu­me­ros­sa 11.5.2016

28.3.2024

Jeesus otti leivän, siunasi, mursi ja antoi sen opetuslapsilleen sanoen: ”Tämä on minun ruumiini, joka annetaan teidän puolestanne. Tehkää tämä minun muistokseni.” Luuk. 22:19

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